miércoles, 20 de octubre de 2010

Apunte de Eila

Las notas del diario de mi padre me fueron entregadas por él, junto a muchos otros secretos, antes de su partida hacia Molaki.
Parecerá extraño que alguien que apenas supera la treintena, como es Pola, tenga una hija capaz de continuar con su trabajo y a quien le ha confiado lo que tal vez no se atreva a confiarle a nadie más.
Mi nombre es Eila, y sé que tengo alrededor de los veinticinco años, aunque no se hayan cumplido en este tiempo desde el que ahora escribo. No entraré en cómo Pola me encontró y menos en el misterio de cómo me trajo con él de camino hasta aquí, algo fuera todavía de mi comprensión; pero una aprende a hacerse las preguntas justas y a permitir que las respuestas terminen coagulando cuando les llega el momento oportuno.

Mi padre -hábil por cierto con el momento oportuno-, ha creido ver la ocasión de que la Torre, simulacro vacío y fantasmal desde que Onire la abandonara y marchara con los Vigilantes (esta es la historia que implica a Xavier y que mi padre dejó sin concluir), no sólo sea ocultada y custodiada -tal como lo está ahora-, sino destruida. Muchos de sus secretos permanecen aún oscuros para nosotros, pero la última vez que Pola, junto a Gabrielle, Aníbal y Ceinwen se aventuró en su interior, supo bien de las fuerzas demoníacas que una ruina, antaño sagrada como ésta, es capaz de conjurar cuando es abandonada por el espíritu.

Fue durante aquella incursión la primera vez que mi padre oyó hablar de Molaki: un heraldo de dicho reino se presentó para ofrecer una alianza imposible de rechazar. Reclamó nuestra ayuda para defender sus fronteras de los Usurpadores (se ha hablado de ellos en este diario también como "las gentes de Yvthruwn"), cuyo reino limita con Molaki. Abrir un paso allí supondría para los Usurpadores hallar el modo de alcanzar este mundo y, si llegara a ocurrir sin que estemos preparados, será el fin de todos nosotros. Y no sólo de nosotros.

Aquel mensajero terrible causó una honda impresión en Pola. Le dio unos días para meditar la respuesta a una proposición que sólo a él le fue dada: si el pacto fuera aceptado podría viajar hasta Molaki y ser instruido en las artes que le permitirían destruir la Torre.

Los días que precedieron a su decisión mi padre se veía taciturno e intranquilo. Creyendo que tal vez podría persuadirlo y evitar que marchara, le pregunté qué podría llevarle a aceptar partir en compañía de aquel monstruo hasta un reino de pesadilla y pensar que allí sería capaz de aprender a destruir la Torre. Entonces, con el gesto más grave que nunca le había visto, respondió:

-la noche en que el heraldo se presentó ante nosotros Gabrielle me confió una intuición, la última cosa que querría haber escuchado en ese momento. Ella dijo que contemplar a aquella criatura le recordó intensamente a mí, pues así de terrible aparecí ante sus ojos hace un tiempo en una visión: eso fue el día que cayó la noche sobre la casa de Eugen -me dijo-; la maldición caminaba contigo.

Entonces Pola me confesó cómo habría de hacerse capaz de destruir la Torre: en el instante en que aniquilara su peor pesadilla. Y ya no dijo más, aunque no necesito que me explique cuál es, pues le conozco mejor que a mí misma.

Pero no es propio de él despedirse dejando un mal sabor de boca. Así que, a solas, en el lugar más protegido que supimos encontrar -y después de demostrarle sobradamente que soy mejor jugadora de póker que él-, me reveló aquello que yo debía saber, más aún si ya no hubiera de retornar jamás, según dijo. Y entonces me describió la imagen más magnífica que nunca hubiera concebido. Y aquella imagen resumía su plan o, más bien, lo que sin duda habría de estar escrito allí donde todos los Planes lo están. Narrado en el final. Un final que no es sino el principio.

martes, 9 de marzo de 2010

Xavier y la Serpiente I. Madeleine

“Por la noche, sueña con una criatura hermosa y peligrosa: doncella y serpiente al mismo tiempo –de cabello largo. La criatura piensa en la destrucción de su entorno. Entonces, en una operación cuidadosa, la despojan de todo aquello con lo que podría provocar daños. Le quitan el cerebro, el corazón, la sangre y la lengua. Pero, ante todo, le quitan los ojos y se olvidan de quitarle el cabello. Es una equivocación, porque ahora la criatura –ciega, exangüe y muda- adquiere una fuerza tal que los que habitan su entorno sólo pueden salvarse con la huida. ¿Qué puede significar esto?”
Unica Zürn, El hombre jazmín


Xavier es un gran pianista, y sin embargo no es éste el más fabuloso de sus dones. Dicen que semejante sensibilidad al piano –como la de un médium que trajera la música desde su fuente- la heredó de su madre, Madeleine Vartan, a quien aquellos que conocieron en vida, al hablar sobre ella, parecen referirise no sólo a una persona sino también a un paisaje onírico, una visión atípica, una musa o un mar en calma. De esta paz carece Xavier -pronto a la alegría desbordante o a caer en el pozo de la desesperación-, pero es alguien que sabes del mejor acero que todavía está por templar.

Si Madeleine se antojaba casi un ser mítico para algunos que la conocieron (incluido Angelo, que en ciertas notas de su diario habla de un tiempo maravilloso en que ella residió en la Torre, o bien la nombra en la dedicatoria de varias de sus composiciones inspiradas por ella), tanto más tenía que serlo para Xavier, quien la perdió terriblemente pronto.

Cuando él tenía diez años y su hermana tan sólo ocho, Madeleine se despidió de ambos, ya muy débil, desde su cama en el señorial caserón campestre donde se retiró al abandonar París y casarse con un compositor español. Pero, ¿quién puede aceptar que no volverá a ver a quién más quiere, a alguien que más que una persona es todo el mundo que has conocido? No Xavier, para quien aquello era un error en el que tal vez había caído su padre, obnubilado por la pena, pero no él, quien sintió sobre sus hombros el peso de la responsabilidad de reencontrarla, pues tal vez sólo estaba perdida en el bosque y había que ayudarle a volver a casa.

La buscaba de día junto al río, al atardecer cerca de la alameda que bordea el camino que conduce a la casa y, ya de noche, en aquel rincón del jardín que a su madre tanto le gustaba, allí donde las enredaderas cubrían los hierros del umbráculo y Xavier, al estar junto a ella en los días de verano, se sentía sumergido en un palacio fabuloso bajo el océano.

Al fin fue en ese lugar donde la encontró. La primera vez fue apenas un atisbo, un susurro y una sombra pero, ¡era tal su alegría sabiéndose en lo cierto!: ¿cómo podría haberse marchado? ¿Cómo así? ¿Sin él? ¿Sin la pequeña Silvia? Y comenzó a frecuentar en la madrugada aquel rincón, primero en solitario, después con su hermana, quien también podía verla y a quien arrebataba hasta el desbordamiento la emoción. Y cuanto más reía y lloraba a un tiempo la pequeña más se acercaba el rostro de Madeleine que ahora podía alargar sus blancos brazos y tocarlos, besarlos. Y con aquel contacto Xavier se sintió como en medio de un vendaval en el que a duras penas se mantuvo de pie y cuyo aire atravesaba incluso su cuerpo. Y al fin comprendió. Pero Silvia después de aquella noche pasó días sumida en un sueño febril y fue entonces cuando comenzó a hablar de cosas extrañas que ni siquiera Xavier entendía, a llorar repentinamente, a escapar hasta el jardín sin él en la madrugada.
Una de aquellas noches, cuando Xavier se despertó alarmado y se acercó allí para buscarla, oyó la voz de su hermana como muy lejos y la luz de la luna delató a aquella criatura espantosa, la mujer que se hacía pasar por su madre: ¿qué era aquello? ¿Por qué mirar a sus ojos le daba vértigo? Tomó con fuerza a Silvia de la mano y corrió y corrió despavorido hacia la casa y la abrazó muy fuerte pidiéndole perdón, asustado de aquella cosa y de sí mismo. Y Silvia le perdonó, pero Xavier, quince años después, todavía no se ha perdonado a sí mismo.

Las visitas de la dama escalofriante cesaron pero, una noche, Xavier soñó con un incendio y se despertó rodeado por las llamas. Después de lo sucedido su padre vendió la casa y se marcharon a vivir a la ciudad, pero Xavier sabía que todo aquello viajaba con él y se sentía un monstruo peligroso. Y nunca lo habló con nadie. Él era como un pozo que tenía que ser anegado pero, ¿anegado cómo?, ¿con qué? Jamás se sintió capaz de apartarse de todo lo que lo apasionaba. Y tras años de miedo y dudas decidió tratar de comprender. Volvió a París, a la casa que fue de su madre, con el convencimiento que otorga la intuición de saber que allí encontraría las respuestas.
Y estaba en lo cierto, pues la más terrible de ellas le estaba aguardando en la estación nada más bajó del tren.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Interludio

“Nadie puede ‘escribir un cuento de hadas’ si no cree en las hadas y no está familiarizado con las leyes del país de las hadas.”
Ananda K. Coomaraswamy

“-¡Ay! dije, en esta estación lluviosa de lluvia oscura, en este lúgubre tiempo ignorado, sólo vuestras lámparas de niños arden. Y yo también querría volver a mirar otra vez la luz del espejo.”
Marcel Schwob, El libro de Monelle


Si el pueblo feérico tiene canciones infantiles, si los niños que secuestran en sus intercambios se atreven a nombrar aquello que más temen, tal vez lo hagan acompañados de una musiquilla sencilla e intrigante, una de esas melodías protectoras de los juegos más secretos capaces de ahuyentar el mal, como un talismán. Entonces, mientras corretean en los patios de los palacios subterráneos, puede que girando alrededor del árbol más alto, o quizá saltando a la pata coja sobre baldosas de bronce, plata y oro, se atrevan, antes que mengüe la luz de las lámparas, a nombrar ese lugar:

Molaki limita con todos los males del mundo,
por eso su cercanía es un mal augurio.

Molaki es origen de grandes pesares,
pues es propio de los sueños convertirse en vigilia.

Molaki sin embargo debe existir: si el fuego de Molaki se extingue, desaparece la frontera con el Mal.

Quisiera narrar, antes de que me guíen hasta ese lugar, todo lo que aconteció para acabar afrontando semejante destino. No sé en qué momento vendrán a por mí pero, si no terminara ahora, espero continuar a mi regreso. O mejor, tal vez debería expresarlo de esta manera: espero regresar.
Y aunque averiguar cómo encontrar el camino de retorno habría de ser lo único que ocupara mis pensamientos, creo que será propicio tener todo lo ocurrido en cuenta al tratar de afrontar esta historia. Mas, ¿por dónde iniciarla? ¿Cómo comenzó todo? No es fácil buscar algún principio a este vórtice de acontecimientos.
Pero si en verdad me propongo hacerlo, tal vez pueda empezar por cómo Xavier, hijo del Vigilante, liberó a la Serpiente de su cautiverio.
 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.